miércoles, 14 de enero de 2009

Cierren los micrófonos

Hace unos meses me negaba a respetar las decisiones de los artistas cuando hablan de destruir sus obras. Sigo pensando igual. Creo que les ciega la autoexigencia, las inseguridades o el miedo al fracaso (sino son las tres lo mismo) y creo que el público puede ser mejor juez que ellos mismos con sus propias creaciones. Sin embargo, me resisto a conocer las memorias de aquellos que en vida eligieron el anonimato o la discreción frente a los flashes y la popularidad. La hija de Carmen Laforet publicó hace unos años la correspondencia entre la autora de 'Nada' y el también escritor Ramón J. Sender. Ahora ha vuelto a profundizar en la cara personal de Laforet, siempre reacia a la fama, y presenta otras cartas, recuerdos y conversaciones que pertenecían al ámbito de lo íntimo. Imagino que lo habrá hecho con la mejor intención, para descubrirnos a una mujer fuerte, a su madre adorada. Pero para mi gusto debería respetarse la intención de la autora de 'La insolación'. Ya da igual de lo que nos enteremos, ya no hay tiempo de pudor o de vergüenza. Pero si ella, que a los 24 años dijo no a convertirse en una figura pública, si adoraba escribir y odiaba ser escritora, y se alejó de toda esta atención... ¿por qué ahora meternos en su vida?, ¿y por qué su propia hija es la que escarba en este mundo? Reconozco que le tengo un cariño especial a Laforet. Leí 'Nada' en mi primer año de Universidad y conseguí verme reflejada en infinidad de detalles. También me sedujo el ambiente sofocante y estridente de 'La insolación'. Quizá por eso no quiero romper su deseo. Creo que también fue más que un deseo, que fue una elección vital... Quizá sólo me he vuelto muy sentimental.

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